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Archive for abril 2013

Tien-she de Ts’i, después de realizar ofrendas a sus antepasados, ofreció un gran banquete a un millar de comensales, los cuales, según la costumbre, presentaron cada uno su regalo. Uno de los invitados ofreció pescado y ocas salvajes. Al verlo, T’ien-she suspiró piadosamente y dijo:

— Mirad qué bien trata el cielo a los hombres: no solo hace crecer los diversos cereales, sino que también hace nacer los peces y las aves para que los hombres hagan uso de ellos…

Todos los comensales hicieron coro servilmente. Solo el hijo de Pao-she, un muchacho de doce años, se adelantó y dijo a T’ien-she:

— Lo que acabáis de decir no es exacto. Incluso el cielo y la tierra son seres como todos los demás. No hay seres superiores y no hay seres inferiores. Es un hecho que los más ingeniosos y los más fuertes se comen a los más tontos y los más débiles, pero no hay que decir por eso que estos hayan sido hechos o hayan nacido para el uso de aquellos. El hombre come los seres que puede comer, pero el cielo no ha hecho nacer a esos seres para que el hombre se los coma. Si no, habría que decir también que el cielo ha hecho nacer a los hombres para que los mosquitos les chupen la sangre y para que los tigres y los lobos los devoren.

LIE TSE

Tratado del vacío perfecto

Palma de Mallorca: José J. de Olañeta, 2006

 

china_sol

 

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El sentimiento del derecho, la satisfacción de tener razón, la alegría de poder estimarse uno mismo son, querido señor, poderosos resortes para mantenernos en pie o para hacernos avanzar. En cambio, si usted priva a los hombres de estas cosas, los transformará en perros rabiosos. ¡Cuántos crímenes se cometieron sencillamente porque sus autores no podían soportar estar en falta! Conocí a un industrial que tenía una mujer perfecta, admirada por todos, y a la que él, sin embargo engañaba. Ese hombre literalmente rabiaba por estar en falta, por encontrarse en la imposibilidad de recibir ni de darse un certificado de virtud. Cuantas más perfecciones mostraba su mujer, más rabiaba él. Por fin su culpa llegó a hacérsele insoportable. ¿Qué cree usted que hizo entonces? ¿Dejar de engañarla? No. La mató. Y fue así como lo conocí.

Beba conmigo, pues tengo necesidad de su simpatía. Veo que esta declaración le asombra. ¿Nunca tuvo usted súbitamente necesidad de  simpatía, de ayuda, de amistad? Sí, desde luego. Yo aprendí a contentarme con la simpatía. La podemos encontrar más fácilmente y  además la simpatía no compromete a nada. En cambio, la amistad ya es algo menos sencillo. Tardamos en obtenerla y nos cuesta trabajo obtenerla. Pero, cuando la tenemos, ya no hay manera de desembarazarse de ella. Hay que enfrentarla. Sobre todo, no vaya a creer usted que sus amigos le telefonearán todas las noches, como deberían hacerlo, para saber si no es precisamente esa la noche en que usted decidió suicidarse, o sencillamente si no tiene necesidad de compañía, si no se dispone a salir. Pero no, si los amigos telefonean, tenga usted la seguridad de ello, lo hacen la noche en que usted no está solo y en que la vida le parece hermosa. Ellos más bien lo empujarán al suicidio, en virtud de lo que usted se debe a sí mismo, según ellos. ¡Que el Cielo nos guarde, querido señor, de que nuestros amigos nos coloquen demasiado alto!

Conocí a un hombre que dedicó veinte años de su vida a una casquivana, a la que le sacrificó todo, las amistades, el trabajo y hasta la decencia de su vida, y que una noche se dio cuenta de que nunca la había amado. Lo que ocurría es que se aburría; eso era todo. Se aburría como la mayor parte de la gente. Entonces se había creado, a toda costa, una vida de complicaciones y de dramas. ¡Es menester que pase algo en nuestra vida! Aquí tiene usted la explicación de la mayor parte de los compromisos humanos. Es menester que pase algo, aunque sea el sometimiento sin amor, aunque sea la guerra o la muerte. ¡Vivan, pues, los entierros!

¡Ah!, en aquellos tiempos nadie escondía su juego. Tenían estómago, decían: «Vaya, tengo riquezas, trafico con esclavos, vendo carne negra». ¿Se imagina usted hoy a alguien que hiciera conocer así, públicamente, que ese es su oficio? ¡Qué escándalo! Ya me parece oír a mis conciudadanos parisienses; es que ellos son irreductibles en este punto. No vacilarían en lanzar dos o tres manifiestos, o tal vez más. Y, pensándolo bien, yo agregaría mi firma a la de ellos. La esclavitud, ¡ah! Pero no, estamos contra ella. Que nos veamos obligados a instalarla en nuestra casa o en las fábricas, pase. Eso está en el orden de las cosas. Pero ¡vanagloriarse de ello es el colmo!

Dicho sea entre nosotros: la servidumbre, y de preferencia sonriente, es, pues, inevitable. Pero no debemos reconocerlo. ¿No es mejor que aquel que no puede prescindir de tener esclavos los llame hombres libres? Primero por una cuestión de principios, y luego para no desesperarles. Les debemos esta compensación, ¿no le parece? Así ellos continuarán sonriendo y nosotros conservaremos nuestra tranquilidad de conciencia. Si no fuera de este modo, nos veríamos obligados a volvernos sobre nosotros mismos, enloqueceríamos de dolor y hasta nos haríamos modestos. Cualquier cosa puede temerse. Por lo demás, ningún anuncio comercial.

Pero no se elimina tan fácilmente el juicio. Hoy día estamos siempre dispuestos a juzgar, así como a fornicar, con la siguiente diferencia: que no hay que temer desfallecimientos.

No nos perdonan nuestra felicidad y nuestros éxitos si no consentimos generosamente en compartirlos. Pero para ser feliz no hay que ocuparse demasiado de los otros. Luego, no hay salida posible: feliz y juzgado, o bien absuelto y miserable.

Sobre todo, no crea a sus amigos cuando le pidan que sea sincero con ellos. Únicamente esperan que usted les confirme la buena idea que de sí mismo tienen, al suministrarles usted una certeza suplementaria que ellos obtienen de su promesa de sinceridad. Pero ¿cómo la sinceridad podría ser una condición de la amistad? El gusto de la verdad a toda costa es una pasión que no respeta nada y a la que nada puede resistir. Es un vicio, a veces una comodidad, o bien una manifestación de egoísmo. De manera que si se encuentra usted en este caso, no vacile: prometa ser sincero y mienta lo mejor que sepa. Así responderá usted a los deseos profundos de sus amigos y les probará doblemente su afecto.

El otro día hablaba usted del Juicio Final. Permítame que me ría respetuosamente de él. Lo espero a pie firme. Conocí algo peor: el juicio de los hombres.

Una persona de mi círculo dividía los seres en tres categorías: los que prefieren no tener nada que ocultar antes que verse obligados a mentir; los que prefieren mentir antes que no tener nada que ocultar, y en fin, aquellos a quienes les gusta al mismo tiempo mentir y ocultar. Le dejo a usted que elija el casillero que más me conviene.

Hay que perdonar al Papa: primero, porque él tiene más necesidad que nadie de que lo perdonen, y segundo, porque es la única manera de colocarse por encima de él.

 

ALBERT CAMUS

La caida

Madrid: Alianza Editorial, 2012

Dali

 

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Para no apestar, Fescenia, al vino de ayer,

Engulles ávida las píldoras de Cosmo.

Con ellas disfrazas los dientes, pero de nada sirven

Cuando brota de lo más profundo de tu abismo un eructo.

¿Por qué exhalar olor más nauseabundo mezclado con pastillas

Y hacer salir más lejos la doble fetidez de tu aliento?

Esos engaños tan conocidos y esas triquiñuelas tan evidentes

Déjalos ya y ¡sé borracha sin más!

MARCIAL

Epigramas completos

Madrid: Cátedra, 2011

Baco - Guido Reni (1575-1642) [vinarquia.blogspot.com.ar]

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Omnia mors aequat

X. LA EMPERATRIZ

A los que marcháis con soberbia pompa /

la Muerte un día os doblegará. /

Tal como aplastáis la hierba bajo vuestros pies,/

así ha de humillaros.

 

HANS HOLBEIN

La danza de la Muerte

Madrid: Abada, 2008

 

25kaiserin

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Mi musa

Ni he bebido en la fuente Cabalina,

ni he soñado jamás, que yo recuerde,

sobre la doble cumbre del Parnaso,

para, súbito, así, surgir poeta.

 

A Pirene la pálida, a las diosas

del Helicón entrego a los varones

cuyos bustos rodea y acaricia

la trepadora hiedra, y yo presento,

poeta colegiado solo a medias,

mis cantos a las fiestas de los vates.

 

¿Quién hizo articular al papagayo

su “¡Buenos días!”, quién a las urracas

enseñó a remedar nuestros sonidos?

 

La rectora del arte, dadivosa

dispensadora del talento: el hambre,

maestra en imitar voces negadas.

 

Que si esperanza brilla de dinero

falaz, las poetisas y poetas

-urracas, cuervos- cantan, se diría

la ambrosía y el néctar de Pegaso.

 

Aulo Persio Flaco

Sátiras

Madrid: Gredos, 2011

 

MAA122468

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Ah tú, perfecta simetría del espanto

Donde como avena caen los muertos

Y lloran blancos

No sé si como la muerte o como el lirio

Blanco del espanto

Color azul del miedo en donde

Ya sin estertores, se desliza

Mi vida como un gusano

O como una serpiente

Enredándose en el viento

Como escudo para nada, o como

El lirio blanco del espanto.

 

LEOPOLDO MARÍA PANERO

Los señores del alma (poemas del manicomio del Dr. Rafael Inglot)

Madrid: Valdemar, 2002

 

varomujersaliendodel20aj

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